sábado, 10 de noviembre de 2018



UNFAITHFUL
La economía de la infidelidad


A raíz de una sugerente película que lleva el mismo nombre de este post y dirigida por Adrian Lyne, surge la idea de explorar sobre lo que puede decir la economía respecto de la infidelidad, esto, es, qué conduce a los individuos a comportarse de modo tal de traicionar a su pareja. De hecho, la economía puede ser utilizada para explicar este tipo de conductas, como bien lo hiciera el Premio Nobel Gary Becker para introducir el razonamiento económico en situaciones de no mercado, más allá de otros escenarios tradicionales donde se encasillaba a esta disciplina. El método económico y sus herramientas explicativas pueden ser de especial utilidad para entender el fenómeno que nos ocupa, pese a que, como es obvio, el tema tiene aristas de toda naturaleza y que pueden y deberían ser abordadas multidisciplinariamente.

Como bien señalan Lilian Corrado y Mariana Maristany la infidelidad siempre duele. Siempre es algo negativo y que amenaza la continuidad de la relación y la estabilidad de la confianza en sí mismo del que se considera víctima. Pero aún más, tradicionalmente se ha entendido como un síntoma de que algo no va bien en la pareja o algo no va bien en alguno de los miembros de la misma. Siempre es considerado como una deficiencia. “Si tuvieras todo lo que necesitas en casa no hay ninguna razón de buscar en otro lugar”.  Siempre es signo de que algo falta. Trataremos en este pequeño post de introducir nuevas perspectivas al respecto y desmitificar esa frase.

Cuando incorporamos herramientas económicas para explicar un determinado fenómeno, sin duda requerimos de cierta data para poder tener algunos puntos de partida que nos permitan definir magnitudes y encuadrar la metodología del análisis. Tratándose del tema que nos ocupa a saber, la infidelidad, tener data confiable y de alcances generales es obviamente complejo toda vez que en la mayoría de casos quienes integran relaciones “formales” (término que utilizaremos recurrentemente para referirnos a una pareja pública y recíprocamente unida por un compromiso, bien sea casados, enamorados o novios) no exteriorizan si han sido infieles o no. Dicha opacidad en la información sugiere que los datos empíricos que hemos podido alcanzar en ciertas indagaciones tiendan a ser más elevados de los que se muestran a simple vista y, con ello, concluir que la infidelidad es mayor que lo que se dice o confiesa a nivel de laboratorio.

Otro aspecto tradicionalmente malentendido respecto de la infidelidad -y que incluso los escasos trabajos económicos sobre la materia reivindican- es que este fenómeno es casi privativo del género masculino, a saber, los hombres son los infieles. La explicación económica que se ha venido dando -y que hoy resulta a todas luces desfasada- es que las oportunidades para sostener relaciones “informales” (entiéndase como tales aquellas que constituyen propiamente la infidelidad) se sustentaban principalmente en el capital humano (la apariencia física y la productividad sexual) y el capital no humano (la riqueza económica y financiera). Hoy ese modelo no es sostenible en el tiempo actual como línea matriz para explicar la infidelidad. De hecho, la brecha entre la infidelidad masculina y la infidelidad femenina se ha acortado severamente y la tendencia es hacia su paridad. No obstante, la exposición a esa condición aún es distante, toda vez que consideraciones reputacionales diametralmente opuestas respecto de la veracidad ponen de manifiesto claramente la infidelidad masculina, contrariamente a la rigurosa discreción de la infidelidad femenina. En otras palabras, los hombres tienden a revelar que son infieles en sus entornos amicales -y hasta es visto con normalidad y merece aprobación del grupo social- mientras que las mujeres actúan con especial cuidado en no ser descubiertas pues ello traería un conjunto de reproches y hostilización del entorno. Es claro que estamos contextualizando esta diferenciación en sociedades conservadoras y con rasgos machistas como las latinoamericanas.

Un dato interesante que también conviene cuestionar de los trabajos teóricos de corte económico que abordan el tema de la infidelidad es que algunos afirman fallidamente las relaciones formales y las relaciones informales constituyen sustitutos perfectos. En microeconomía, un bien se considera un bien sustitutivo (o bien sustituto) de otro, en tanto uno de ellos puede ser consumido o usado en lugar del otro en alguno de sus posibles usos. Dicha "sustituibilidad” de uno de los bienes por otro siempre es una cuestión de grado, de tal suerte que un bien es un sustituto perfecto de otro, solamente si puede ser usado exactamente de la misma forma y con el mismo resultado y es entonces es cuando un consumidor no tiene ningún incentivo para preferir un bien sobre el otro: Nada más lejano a lo que representa la infidelidad, cuando es justamente que existen motivaciones distintas en buscar una pareja alternativa o informal  a la pareja formal, en razón al diferente grado de intereses o preferencias que subyacen en uno y otro caso. Dicho esto, la decisión de ser infiel dependerá de la función de utilidad respecto de lo cual volveremos más adelante.

Abona adicionalmente a favor del argumento antes expuesto un dato estadístico relevante y que es objetivamente verificable. Las parejas formales que terminan la relación como consecuencia de haber sido descubierta una infidelidad no desencadena que quien fue infiel (trátese del hombre o la mujer) reconstituya una relación formal con quien fuera la pareja informal que fue la causa de la separación. Dicho en otros términos, el infiel no formaliza con su pareja informal, una vez que ya está en condiciones de hacerlo al haber resuelto el vínculo formal que mantenía. Además de corroborar que no puede equipararse como sustitutos perfectos la relación formal con la informal, existen otros factores económicos asociados a la utilidad marginal decreciente que abordaremos más adelante como eje central de nuestro desarrollo.

Consideraciones adicionales que revelan las particularidades dinámicas del fenómeno de la infidelidad que ponen de manifiesto la obsolescencia de los patrones tradicionales que explicaban económicamente el fenómeno en base a una presunta dominancia masculina y un machismo arraigado y consentido socialmente, tiene que hacer con las preferencias y la composición de las parejas informales: los escasos datos estadísticos que hemos podido generar nos dicen que existe un significativo rango de edad entre los componentes de las parejas informales, a diferencia de las parejas formales que mayoritariamente se constituyen dentro de una misma franja etaria.  De hecho, las parejas informales en su mayoría se componen entre hombres mayores y mujeres jóvenes y viceversa, a saber, mujeres mayores y hombres jóvenes. Este aspecto independientemente de consideraciones de distinta naturaleza -y con el único propósito de limitarnos al fenómeno económico detrás de la infidelidad- revela un cambio de preferencias e intereses que tienen las partes al momento de tomar la decisión de ser infiel al tiempo de poner de manifiesto nuevamente un apartamiento de los patrones tradicionales que explicaban la infidelidad desde una perspectiva económica a la luz del enfoque desfasado ya expuesto. Motivaciones de índole distinta relacionadas con la renuencia al paso de los años y la “vigencia” en el mercado del emparejamiento (como atinadamente lo tipifica Becker), el interés en explorar una relación no convencional y la curiosidad, así como el reconocimiento de la trayectoria y la experiencia y hasta referencias hechas en el plano psicológico con connotaciones freudianas relacionadas a la ausencia paterna o materna y la necesidad de tener un referente o guía, cuestiones que, por cierto, pertenecen a otros ámbitos que no invadiremos por obvias razones. Frente a ello, la mayor probabilidad de desarrollar relaciones formales dentro del mismo plano etario se explica en la confluencia de las partes involucradas en un proyecto de largo plazo en un determinado momento, lo cual supone un crecimiento progresivo y de compatibilidad de intereses, metas y proyecciones, lo cual es ampliamente desarrollado por la literatura económica que aborda la familia.

No deja de ser relevante el hecho de estimar como consideración previa para el estudio económico que pretendo hacer en este modesto post, el rol que la tecnología cumple en el contexto de la infidelidad y que revoluciona el enfoque completamente pues altera consistentemente los costos y modalidades que se derivan de este fenómeno. El efecto podríamos denominarlo bipolar: por un lado, la tecnología -por ejemplo, el uso de redes y teléfonos y dispositivos inteligentes-, ha incrementado ostensiblemente la probabilidad de detección de la infidelidad al punto que hoy es posible conocer en tiempo real que hace y donde está la pareja formal, lo cual en términos económicos incrementa los costos derivados de la infidelidad. Pero al mismo tiempo, las potencialidades de las nuevas tecnologías ha permitido formas inéditas de infidelidad inclusive aquellas virtuales que, en términos comparativos con los métodos tradicionales, extiende el escenario de la infidelidad a contextos insospechados, al punto de hacernos reflexionar respecto de una redefinición de ésta.

Hechas todas estas reflexiones desde el lado del estado actual de las cosas, intentaremos ensayar un modelo económico que permita explicar algunas de las motivaciones detrás de la infidelidad desde el lado de la economía. Quiero llamar la atención que ni por asomo se pretende dar una conclusión unívoca al tema pues tiene múltiples explicaciones y justificaciones que han sido y son materia de estudio, desde análisis que van por el fenómeno evolutivo del hombre o la naturaleza misma del individuo hasta sofisticadas explicaciones en otras disciplinas, que tienen igual valor teórico y científico. Aquí tan solo aplicaremos el análisis económico como herramienta metodológica para explicar la infidelidad. El modelo así explicado, no pretende ser excluyentemente aplicable para el caso de la infidelidad masculina, sino también ser válido para explicar la infidelidad femenina. Aún cuando el “disclaimer” pueda estar de más dado el enfoque de este post, es evidente que este análisis está despojado de cualquier consideración axiológica, moral o religiosa.

Una premisa inicial básica para entender el modelo es el comportamiento maximizador del individuo racional. La racionalidad económica consiste en seleccionar entre diferentes alternativas siendo que esta selección o selecciones se refieren a objetos económicos (necesidades-recursos) y su orden se basa en estimaciones de costos y beneficios. Así, el objetivo del individuo es el de maximizar su utilidad o beneficio al tiempo de reducir sus costos. En consecuencia, el individuo hace una ponderación entre los costos y beneficios implicados en su elección y optará por aquel curso de acción que le reporta el mayor beneficio, siendo que “marginaliza” vale decir, evalúa sus decisiones confrontando los beneficios adicionales frente a sus costos adicionales.

Corresponde evaluar entonces los beneficios y costos de la infidelidad. Los beneficios pueden a su vez desdoblarse en beneficios monetarios y no monetarios, siendo estos últimos los que son mas relevantes en el caso concreto. Entre los beneficios monetarios podrían considerarse, entre otros, aquellos que recibe la pareja informal como consecuencia de esta relación, y que se puede traducir en regalos, atenciones, etc. Los beneficios más relevantes en esta evaluación está en aquellos no monetarios y que pueden  ser de distinta naturaleza: algunos están referidos al propio placer que se obtiene durante la relación informal, pero principalmente existe una variable de compleja explicación y que está asociada al riesgo de ser descubierto (curiosamente un costo que se puede mostrar ambivalentemente como también un beneficio) e involucra una propensión al riesgo que genera placer y que algunos han llamado “el encanto de lo prohibido”. La clandestinidad de la relación informal paradójicamente representa “prima facie” un beneficio marginal por el cual las partes están dispuestas a asumir los costos que ello implica. Nótese que esta variable es especialmente significativa y está en directa relación con la duración de la relación informal como se explicará luego.

Por el lado de los costos, éstos también pueden ser de distinta naturaleza, algunos monetarios otros no monetarios. Sin embargo, como telón de fondo tenemos un costo especialmente significativo es el que la economía denomina “costo de oportunidad” y que es una manera de medir lo que nos cuesta algo. En lugar de limitarse cuantificar el beneficio que se obtiene por una cierta inversión, este beneficio se compara con los que se obtendría por una inversión alternativa. Esto es, los beneficios perdidos de las alternativas a nuestra elección son, en buena cuenta, el costo de oportunidad de la elección original. El costo de oportunidad en este caso está en los recursos invertidos (incluyendo el tiempo, por cierto) en la relación informal, que alternativamente podrían ser utilizados para estar con la pareja formal o, ya en contexto de una relación mas consolidada como el matrimonio, en el disfrute del hogar y los hijos, si no acaso siendo productivo laboralmente. Los costos monetarios se expresan en la inversión que el/la infiel hace para consumar su infidelidad en el ámbito de la clandestinidad, lo cual presupone la asunción de un conjunto de gastos que demandan estos encuentros furtivos. Cabe señalar que el factor tiempo, en tanto se trata de un recurso limitado, inexorable e irrecuperable que es compartido como consecuencia de sostener una pareja formal y otra informal en forma simultánea, importa un costo hundido de la infidelidad.

Pero especialmente relevantes son los costos no monetarios y que están conformados por el riesgo de ser descubierto y lo que ello implica, lo cual puede estimarse probabilísticamente y que no solamente impactan directamente en la pérdida directa que ello representaría en el deterioro de la relación formal, sino el en el efecto reputacional de ser señalado como infiel en el grupo social.

En este orden de cosas, visto a partir de este análisis preliminar, el individuo será infiel cuando los beneficios de ser infiel son superiores al a los costos que ello conlleva.

Ahora bien, al igual que todo bien o servicio incorporado a la función de utilidad de los individuos, tendiente a satisfacer sus necesidades o preferencias, deviene aplicable el principio incorporado en la ley de la utilidad marginal decreciente. Este concepto fundamental de la teoría económica el consumo de un bien proporciona menor utilidad adicional cuanto más se consume (ceteris paribus). Se produce una valoración decreciente de un bien a medida que se consume una nueva unidad de ese bien. La infidelidad no está exenta del beneficio marginal decreciente y, por el contrario, constituye por lo general una característica distintiva de ésta.

Podemos decir entonces que el beneficio marginal de una infidelidad es decreciente, esto es, conforme la relación va avanzando, el nivel de bienestar que proporciona se va reduciendo. Además de la explicación teórica antes explicada, debe atemperarse esta situación con el hecho que en muchos casos la relación informal -a diferencia de la relación formal- alcanza su nivel máximo de bienestar en su consumación inicial, mientras que el proceso de la relación formal tiende a tener un comportamiento creciente que, sin negar que está igualmente expuesta a la ley de la utilidad marginal decreciente- se nutre de otras variables que se incorporan progresivamente y que mutan la función de utilidad en el tiempo conforme se avanza en el proceso de “enamoramiento” -entendido como un proceso de proyección y adquisición de información a la luz de la teoría económica referida al emparejamiento- y que puede verse contemporizada con nuevos proyectos y vivencias, el noviazgo, el matrimonio, los hijos, la vida en común, etc. aspectos que no están presentes de ordinario en una relación informal.

Aun visto desde esta forma, es posible afirmar que el beneficio obtenido de la relación informal no es independiente del nivel de beneficio que genera la relación formal, esto es, la curva de beneficio marginal de la relación informal con la de la relación formal pueden considerarse como curvas interdependientes. Ello implica que un desplazamiento de la curva del beneficio marginal de una relación informal puede traducirse en un desplazamiento de la curva del beneficio marginal de la relación formal en sentido inverso. Por ejemplo, el desencanto, la falta de intimidad o que ésta progresivamente se vea espaciada, el enfriamiento, la rutina y la monotonía o la existencia de problemas dentro de la relación de pareja formal, en tanto involucra una pérdida de bienestar en términos marginales de la relación, puede modificar la curva de beneficio marginal de la relación informal.

Aun así, siendo que en la relación informal la utilidad marginal es decreciente en mayor medida que en la relación formal, esta curva debe confrontarse con la curva de costos que, en este caso, es creciente. En efecto, una vez entablada la relación informal, se produce dicha elevación en la medida que se incrementan la probabilidad de detección de la infidelidad conforme se desarrolla esta y con ello la necesidad de mantener la clandestinidad de la relación, lo cual se puede traducir en costos monetarios y no monetarios, en este último caso, el temor o la incertidumbre. A ello se suma un factor importante que tiene que hacer con una revaluación del costo de oportunidad en la medida que progresivamente este se incrementa en tanto que la parte infiel replantea las consecuencias de su inconducta y los probables efectos de ser descubierta la infidelidad y que no solo alcanza al ámbito privado como puede ser la pérdida de confianza e inclusive la ruptura y las implicancias directas e indirectas que se pudieran derivar de dichos eventos, sino también el efecto potencial en términos reputacionales en el entorno social y laboral.

En este orden de ideas, es posible entonces construir un modelo en base a estas dos variables, vale decir, al beneficio marginal decreciente y el costo marginal creciente de la infidelidad y en esa línea poder identificar el punto en el que se producirá la conducta infiel y cuando ésta dejará de ser una alternativa desde el punto de vista económico. El modelo puede ser objetivizado de la siguiente forma.




De acuerdo con la gráfica, y siguiendo a León Mendoza, en un primer momento el beneficio de la infidelidad es alto (BMg1) que va de la mano con la interdependencia con el eventual desencanto o disminución del interés respecto de pareja formal -en razón a la interdependencia antes acotada- aún cuando igualmente se manifiesta el efecto marginal decreciente que se agudiza en BMg0. Vis a vis, tenemos el costo marginal (Cmg) cuya curva tiene pendiente ascendiente. Así las cosas, la infidelidad se producirá en el momento en el momento en el que se produce la maximización del beneficio (x) que no es otra cosa que el punto en el que el beneficio marginal de tener una pareja informal es igual al costo marginal que representa ello. Dicho de otro modo, el individuo (hombre o mujer) realiza actividades de infidelidad hasta el punto en que la satisfacción del último encuentro informal con la pareja informal sea igual a su costo marginal, Por el contrario, si el costo marginal (CMg) es mayor que el beneficio marginal (BMg0) de la infidelidad, esta, de ordinario, no se producirá.

Es importante llamar la atención que el modelo antes descrito es puramente teórico y positivo y que la incorporación de presupuestos distintos o premisas, por ejemplo, asociadas a la economía conductual puede modificar los resultados en base a sesgos comportamentales y heurísticas que no han sido considerados en este breve estudio. Aún así, la explicación económica antes descrita es válida para entender en conjunción con otras disciplinas este fenómeno recurrente y subyacente en la sociedad cual es el de la infidelidad, independientemente de que se trate del caso de un varón o una mujer.