UNFAITHFUL
La economía de la infidelidad
A
raíz de una sugerente película que lleva el mismo nombre de este post y
dirigida por Adrian Lyne, surge la idea de explorar sobre lo que puede decir la
economía respecto de la infidelidad, esto, es, qué conduce a los individuos a
comportarse de modo tal de traicionar a su pareja. De hecho, la economía puede
ser utilizada para explicar este tipo de conductas, como bien lo hiciera el
Premio Nobel Gary Becker para introducir el razonamiento económico en situaciones
de no mercado, más allá de otros escenarios tradicionales donde se encasillaba
a esta disciplina. El método económico y sus herramientas explicativas pueden
ser de especial utilidad para entender el fenómeno que nos ocupa, pese a que,
como es obvio, el tema tiene aristas de toda naturaleza y que pueden y deberían
ser abordadas multidisciplinariamente.
Como
bien señalan Lilian Corrado y Mariana Maristany la infidelidad siempre duele.
Siempre es algo negativo y que amenaza la continuidad de la relación y la
estabilidad de la confianza en sí mismo del que se considera víctima. Pero aún
más, tradicionalmente se ha entendido como un síntoma de que algo no va bien en
la pareja o algo no va bien en alguno de los miembros de la misma. Siempre es
considerado como una deficiencia. “Si tuvieras todo lo que necesitas en casa no
hay ninguna razón de buscar en otro lugar”.
Siempre es signo de que algo falta. Trataremos en este pequeño post de
introducir nuevas perspectivas al respecto y desmitificar esa frase.
Cuando
incorporamos herramientas económicas para explicar un determinado fenómeno, sin
duda requerimos de cierta data para poder tener algunos puntos de partida que
nos permitan definir magnitudes y encuadrar la metodología del análisis.
Tratándose del tema que nos ocupa a saber, la infidelidad, tener data confiable
y de alcances generales es obviamente complejo toda vez que en la mayoría de
casos quienes integran relaciones “formales” (término que utilizaremos
recurrentemente para referirnos a una pareja pública y recíprocamente unida por
un compromiso, bien sea casados, enamorados o novios) no exteriorizan si han
sido infieles o no. Dicha opacidad en la información sugiere que los datos
empíricos que hemos podido alcanzar en ciertas indagaciones tiendan a ser más
elevados de los que se muestran a simple vista y, con ello, concluir que la
infidelidad es mayor que lo que se dice o confiesa a nivel de laboratorio.
Otro
aspecto tradicionalmente malentendido respecto de la infidelidad -y que incluso
los escasos trabajos económicos sobre la materia reivindican- es que este
fenómeno es casi privativo del género masculino, a saber, los hombres son los
infieles. La explicación económica que se ha venido dando -y que hoy resulta a
todas luces desfasada- es que las oportunidades para sostener relaciones
“informales” (entiéndase como tales aquellas que constituyen propiamente la
infidelidad) se sustentaban principalmente en el capital humano (la apariencia
física y la productividad sexual) y el capital no humano (la riqueza económica
y financiera). Hoy ese modelo no es sostenible en el tiempo actual como línea
matriz para explicar la infidelidad. De hecho, la brecha entre la infidelidad
masculina y la infidelidad femenina se ha acortado severamente y la tendencia
es hacia su paridad. No obstante, la exposición a esa condición aún es
distante, toda vez que consideraciones reputacionales diametralmente opuestas
respecto de la veracidad ponen de manifiesto claramente la infidelidad
masculina, contrariamente a la rigurosa discreción de la infidelidad femenina.
En otras palabras, los hombres tienden a revelar que son infieles en sus
entornos amicales -y hasta es visto con normalidad y merece aprobación del
grupo social- mientras que las mujeres actúan con especial cuidado en no ser
descubiertas pues ello traería un conjunto de reproches y hostilización del
entorno. Es claro que estamos contextualizando esta diferenciación en
sociedades conservadoras y con rasgos machistas como las latinoamericanas.
Un
dato interesante que también conviene cuestionar de los trabajos teóricos de
corte económico que abordan el tema de la infidelidad es que algunos afirman
fallidamente las relaciones formales y las relaciones informales constituyen
sustitutos perfectos. En microeconomía, un bien se considera un bien
sustitutivo (o bien sustituto) de otro, en tanto uno de ellos puede ser
consumido o usado en lugar del otro en alguno de sus posibles usos. Dicha "sustituibilidad” de uno de los bienes
por otro siempre es una cuestión de grado, de tal suerte que un bien es un
sustituto perfecto de otro, solamente si puede ser usado exactamente de la
misma forma y con el mismo resultado y es entonces es cuando un consumidor no
tiene ningún incentivo para preferir un bien sobre el otro: Nada más lejano a
lo que representa la infidelidad, cuando es justamente que existen motivaciones
distintas en buscar una pareja alternativa o informal a la pareja formal, en razón al diferente
grado de intereses o preferencias que subyacen en uno y otro caso. Dicho esto,
la decisión de ser infiel dependerá de la función de utilidad respecto de lo
cual volveremos más adelante.
Abona adicionalmente a favor del argumento
antes expuesto un dato estadístico relevante y que es objetivamente
verificable. Las parejas formales que terminan la relación como consecuencia de
haber sido descubierta una infidelidad no desencadena que quien fue infiel
(trátese del hombre o la mujer) reconstituya una relación formal con quien
fuera la pareja informal que fue la causa de la separación. Dicho en otros
términos, el infiel no formaliza con su pareja informal, una vez que ya está en
condiciones de hacerlo al haber resuelto el vínculo formal que mantenía. Además
de corroborar que no puede equipararse como sustitutos perfectos la relación
formal con la informal, existen otros factores económicos asociados a la
utilidad marginal decreciente que abordaremos más adelante como eje central de
nuestro desarrollo.
Consideraciones adicionales que revelan las
particularidades dinámicas del fenómeno de la infidelidad que ponen de
manifiesto la obsolescencia de los patrones tradicionales que explicaban
económicamente el fenómeno en base a una presunta dominancia masculina y un
machismo arraigado y consentido socialmente, tiene que hacer con las
preferencias y la composición de las parejas informales: los escasos datos
estadísticos que hemos podido generar nos dicen que existe un significativo rango de
edad entre los componentes de las parejas informales, a diferencia de las
parejas formales que mayoritariamente se constituyen dentro de una misma franja
etaria. De hecho, las parejas informales
en su mayoría se componen entre hombres mayores y mujeres jóvenes y viceversa,
a saber, mujeres mayores y hombres jóvenes. Este aspecto independientemente de
consideraciones de distinta naturaleza -y con el único propósito de limitarnos
al fenómeno económico detrás de la infidelidad- revela un cambio de
preferencias e intereses que tienen las partes al momento de tomar la decisión
de ser infiel al tiempo de poner de manifiesto nuevamente un apartamiento de
los patrones tradicionales que explicaban la infidelidad desde una perspectiva
económica a la luz del enfoque desfasado ya expuesto. Motivaciones de índole
distinta relacionadas con la renuencia al paso de los años y la “vigencia” en
el mercado del emparejamiento (como atinadamente lo tipifica Becker), el interés en explorar una relación no convencional y la curiosidad, así como el reconocimiento de la trayectoria y la experiencia y hasta
referencias hechas en el plano psicológico con connotaciones freudianas
relacionadas a la ausencia paterna o materna y la necesidad de tener un
referente o guía, cuestiones que, por cierto, pertenecen a otros ámbitos que no
invadiremos por obvias razones. Frente a ello, la mayor probabilidad de desarrollar relaciones formales dentro del mismo plano etario se explica en la confluencia de las partes involucradas en un proyecto de largo plazo en un determinado momento, lo cual supone un crecimiento progresivo y de compatibilidad de intereses, metas y proyecciones, lo cual es ampliamente desarrollado por la literatura económica que aborda la familia.
No deja de ser relevante el hecho de estimar
como consideración previa para el estudio económico que pretendo hacer en este
modesto post, el rol que la tecnología cumple en el contexto de la infidelidad
y que revoluciona el enfoque completamente pues altera consistentemente los
costos y modalidades que se derivan de este fenómeno. El efecto podríamos
denominarlo bipolar: por un lado, la tecnología -por ejemplo, el uso de redes y
teléfonos y dispositivos inteligentes-, ha incrementado ostensiblemente la
probabilidad de detección de la infidelidad al punto que hoy es posible conocer
en tiempo real que hace y donde está la pareja formal, lo cual en términos
económicos incrementa los costos derivados de la infidelidad. Pero al mismo
tiempo, las potencialidades de las nuevas tecnologías ha permitido formas
inéditas de infidelidad inclusive aquellas virtuales que, en términos
comparativos con los métodos tradicionales, extiende el escenario de la infidelidad
a contextos insospechados, al punto de hacernos reflexionar respecto de una
redefinición de ésta.
Hechas todas estas reflexiones desde el lado
del estado actual de las cosas, intentaremos ensayar un modelo económico que
permita explicar algunas de las motivaciones detrás de la infidelidad desde el
lado de la economía. Quiero llamar la atención que ni por asomo se pretende dar
una conclusión unívoca al tema pues tiene múltiples explicaciones y justificaciones que han sido y son
materia de estudio, desde análisis que van por el fenómeno evolutivo del hombre o la naturaleza
misma del individuo hasta sofisticadas explicaciones en otras disciplinas, que
tienen igual valor teórico y científico. Aquí tan solo aplicaremos el análisis
económico como herramienta metodológica para explicar la infidelidad. El modelo
así explicado, no pretende ser excluyentemente aplicable para el caso de la
infidelidad masculina, sino también ser válido para explicar la infidelidad
femenina. Aún cuando el “disclaimer” pueda estar de más dado el enfoque de este
post, es evidente que este análisis está despojado de cualquier consideración axiológica, moral o religiosa.
Una premisa inicial básica para entender el
modelo es el comportamiento maximizador del individuo racional. La racionalidad
económica consiste en seleccionar entre diferentes alternativas siendo que esta
selección o selecciones se refieren a objetos económicos (necesidades-recursos)
y su orden se basa en estimaciones de costos y beneficios. Así, el objetivo del
individuo es el de maximizar su utilidad o beneficio al tiempo de reducir sus
costos. En consecuencia, el individuo hace una ponderación entre los costos y
beneficios implicados en su elección y optará por aquel curso de acción que le
reporta el mayor beneficio, siendo que “marginaliza” vale decir, evalúa sus
decisiones confrontando los beneficios adicionales frente a sus costos
adicionales.
Corresponde evaluar entonces los beneficios y
costos de la infidelidad. Los beneficios pueden a su vez desdoblarse en
beneficios monetarios y no monetarios, siendo estos últimos los que son mas relevantes
en el caso concreto. Entre los beneficios monetarios podrían considerarse,
entre otros, aquellos que recibe la pareja informal como consecuencia de esta
relación, y que se puede traducir en regalos, atenciones, etc. Los beneficios
más relevantes en esta evaluación está en aquellos no monetarios y que
pueden ser de distinta naturaleza: algunos
están referidos al propio placer que se obtiene durante la relación informal, pero
principalmente existe una variable de compleja explicación y que está asociada
al riesgo de ser descubierto (curiosamente un costo que se puede mostrar
ambivalentemente como también un beneficio) e involucra una propensión al
riesgo que genera placer y que algunos han llamado “el encanto de lo prohibido”.
La clandestinidad de la relación informal paradójicamente representa “prima facie”
un beneficio marginal por el cual las partes están dispuestas a asumir los
costos que ello implica. Nótese que esta variable es especialmente significativa
y está en directa relación con la duración de la relación informal como se
explicará luego.
Por el lado de los costos, éstos también pueden
ser de distinta naturaleza, algunos monetarios otros no monetarios. Sin embargo,
como telón de fondo tenemos un costo especialmente significativo es el que la economía
denomina “costo de oportunidad” y que es una manera de medir lo que nos cuesta
algo. En lugar de limitarse cuantificar el beneficio que se obtiene por una
cierta inversión, este beneficio se compara con los que se obtendría por una
inversión alternativa. Esto es, los beneficios perdidos de las alternativas a
nuestra elección son, en buena cuenta, el costo de oportunidad de la elección
original. El costo de oportunidad en este caso está en los recursos invertidos
(incluyendo el tiempo, por cierto) en la relación informal, que alternativamente
podrían ser utilizados para estar con la pareja formal o, ya en contexto de una
relación mas consolidada como el matrimonio, en el disfrute del hogar y los
hijos, si no acaso siendo productivo laboralmente. Los costos monetarios se expresan en la inversión que el/la infiel hace para
consumar su infidelidad en el ámbito de la clandestinidad, lo cual presupone la
asunción de un conjunto de gastos que demandan estos encuentros furtivos. Cabe señalar que el factor tiempo, en tanto se trata de un recurso limitado, inexorable e irrecuperable que es compartido como consecuencia de sostener una pareja formal y otra informal en forma simultánea, importa un costo hundido de la infidelidad.
Pero especialmente relevantes son los costos no monetarios y que están conformados por el riesgo de ser descubierto y lo que ello implica, lo cual puede estimarse probabilísticamente y que no solamente impactan directamente en la pérdida directa que ello representaría en el deterioro de la relación formal, sino el en el efecto reputacional de ser señalado como infiel en el grupo social.
Pero especialmente relevantes son los costos no monetarios y que están conformados por el riesgo de ser descubierto y lo que ello implica, lo cual puede estimarse probabilísticamente y que no solamente impactan directamente en la pérdida directa que ello representaría en el deterioro de la relación formal, sino el en el efecto reputacional de ser señalado como infiel en el grupo social.
En este orden de cosas, visto a partir de este análisis
preliminar, el individuo será infiel cuando los beneficios de ser infiel son
superiores al a los costos que ello conlleva.
Ahora bien, al igual que todo bien o servicio incorporado
a la función de utilidad de los individuos, tendiente a satisfacer sus
necesidades o preferencias, deviene aplicable el principio incorporado en la
ley de la utilidad marginal decreciente. Este concepto fundamental de la teoría
económica el consumo de un bien proporciona menor utilidad adicional cuanto más
se consume (ceteris paribus). Se produce una valoración decreciente de un bien
a medida que se consume una nueva unidad de ese bien. La infidelidad no está
exenta del beneficio marginal decreciente y, por el contrario, constituye por
lo general una característica distintiva de ésta.
Podemos decir entonces que el beneficio
marginal de una infidelidad es decreciente, esto es, conforme la relación va
avanzando, el nivel de bienestar que proporciona se va reduciendo. Además de la
explicación teórica antes explicada, debe atemperarse esta situación con el
hecho que en muchos casos la relación informal -a diferencia de la relación
formal- alcanza su nivel máximo de bienestar en su consumación inicial,
mientras que el proceso de la relación formal tiende a tener un comportamiento
creciente que, sin negar que está igualmente expuesta a la ley de la utilidad
marginal decreciente- se nutre de otras variables que se incorporan progresivamente
y que mutan la función de utilidad en el tiempo conforme se avanza en el
proceso de “enamoramiento” -entendido como un proceso de proyección y
adquisición de información a la luz de la teoría económica referida al
emparejamiento- y que puede verse contemporizada con nuevos proyectos y
vivencias, el noviazgo, el matrimonio, los hijos, la vida en común, etc. aspectos
que no están presentes de ordinario en una relación informal.
Aun
visto desde esta forma, es posible afirmar que el beneficio obtenido de la
relación informal no es independiente del nivel de beneficio que genera la
relación formal, esto es, la curva de beneficio marginal de la relación
informal con la de la relación formal pueden considerarse como curvas
interdependientes. Ello implica que un desplazamiento de la curva del beneficio
marginal de una relación informal puede traducirse en un desplazamiento de la
curva del beneficio marginal de la relación formal en sentido inverso. Por ejemplo,
el desencanto, la falta de intimidad o que ésta progresivamente se vea
espaciada, el enfriamiento, la rutina y la monotonía o la existencia de problemas dentro de la relación
de pareja formal, en tanto involucra una pérdida de bienestar en términos
marginales de la relación, puede modificar la curva de beneficio marginal de la
relación informal.
Aun así,
siendo que en la relación informal la utilidad marginal es decreciente en mayor
medida que en la relación formal, esta curva debe confrontarse con la curva de
costos que, en este caso, es creciente. En
efecto, una vez entablada la relación informal, se produce dicha elevación en
la medida que se incrementan la probabilidad de detección de la infidelidad conforme
se desarrolla esta y con ello la necesidad de mantener la clandestinidad de la
relación, lo cual se puede traducir en costos monetarios y no monetarios, en
este último caso, el temor o la incertidumbre. A ello se suma un factor
importante que tiene que hacer con una revaluación del costo de oportunidad en
la medida que progresivamente este se incrementa en tanto que la parte infiel
replantea las consecuencias de su inconducta y los probables efectos de ser
descubierta la infidelidad y que no solo alcanza al ámbito privado como puede ser
la pérdida de confianza e inclusive la ruptura y las implicancias directas e
indirectas que se pudieran derivar de dichos eventos, sino también el efecto potencial
en términos reputacionales en el entorno
social y laboral.
En este
orden de ideas, es posible entonces construir un modelo en base a estas dos
variables, vale decir, al beneficio marginal decreciente y el costo marginal
creciente de la infidelidad y en esa línea poder identificar el punto en el
que se producirá la conducta infiel y cuando ésta dejará de ser una alternativa
desde el punto de vista económico. El modelo puede ser objetivizado de la
siguiente forma.
De acuerdo con la gráfica, y siguiendo a León Mendoza, en un
primer momento el beneficio de la infidelidad es alto (BMg1) que va de la mano
con la interdependencia con el eventual desencanto o disminución del interés
respecto de pareja formal -en razón a la interdependencia antes acotada- aún
cuando igualmente se manifiesta el efecto marginal decreciente que se agudiza
en BMg0. Vis a vis, tenemos el costo marginal (Cmg) cuya curva tiene pendiente
ascendiente. Así las cosas, la infidelidad se producirá en el momento en el momento
en el que se produce la maximización del beneficio (x) que no es otra cosa que
el punto en el que el beneficio marginal de tener una pareja informal es igual
al costo marginal que representa ello. Dicho de otro modo, el individuo (hombre
o mujer) realiza actividades de infidelidad hasta el punto en que la
satisfacción del último encuentro informal con la pareja informal sea igual a
su costo marginal, Por el contrario, si el costo marginal (CMg) es mayor que el
beneficio marginal (BMg0) de la infidelidad, esta, de ordinario, no se
producirá.
Es
importante llamar la atención que el modelo antes descrito es puramente teórico
y positivo y que la incorporación de presupuestos distintos o premisas, por
ejemplo, asociadas a la economía conductual puede modificar los resultados en
base a sesgos comportamentales y heurísticas que no han sido considerados en este breve
estudio. Aún así, la explicación económica antes descrita es válida para
entender en conjunción con otras disciplinas este fenómeno recurrente y
subyacente en la sociedad cual es el de la infidelidad, independientemente de
que se trate del caso de un varón o una mujer.